Contraloría exhorta a la participación ciudadana en el Plan Veracruzano de Desarrollo
Leer másGilberto Nieto Aguilar
Con éste son ya cuatro sexenios en que se han cambiado las fechas cívicas y se han dejado de conmemorar en su día para favorecer comercialmente a las “semanas largas”. El 21 de marzo se conmemoró el natalicio del Benemérito de las Américas, también señalado en la historia como uno de los más importantes presidentes de México. Pero el día pasó como si nada.
El día que se concedió como feriado o festivo fue el 18 de marzo, y algunos creyeron que era día libre por la expropiación petrolera, una simple coincidencia de fecha. Pues bien, después de más de 22 años de agredir el significado de los días declarados constitucionalmente como no laborables o de descanso obligatorio, la conciencia cívica ha terminado por perderse.
En su momento, con apoyo del Congreso (abril del año 2000) se modificó el artículo 74 de la Ley Federal del Trabajo para determinar cómo se aplicarían los días de descanso obligatorio, anteponiendo la importancia comercial al interés cívico. El significado cívico, histórico, cultural y patriótico quedó relegado, en una nación que ha sufrido por su identidad y la identificación plena de sus valores nacionales.
El actual gobierno, tan dado a juzgar los actos del pasado, jamás tuvo nada que decir al respecto. Ni el público trabajador, ya que sienten como un beneficio juntar los días libres en una sola emisión. Lo demás, poco importa. Los niños y jóvenes, desde 2001, comenzaron a perder en su memoria histórica la razón fundamental de los días feriados y de las fechas cívicas y patrióticas.
Algún día el 21 de marzo será un lunes, y entonces estaremos en la celebración correcta, recorriendo el anecdotario de Juárez y reconociendo sus logros como Presidente de México, tratando de descifrar las brumas y rehacer los conceptos, pues los detractores de la historia de México y especialmente de Juárez, han dado vuelo a la palabra en aras de una supuesta verdad histórica y de una desmitificación en blanco y negro.
Sin embargo, resulta imposible dejar de reconocer la obra alcanzada por tan insigne personaje que encabezó el gobierno durante la guerra de Reforma, la intervención francesa, el segundo imperio y la restauración de la República. Un presidente que además promovió la reforma agraria, la libertad de prensa, la separación entre la Iglesia y el Estado, la sumisión del ejército a la autoridad civil, preservando la independencia y soberanía de México en una época verdaderamente convulsa en la historia del país.
Su legado es su propia fortaleza, triunfando primero ante los conservadores y luego frente al Segundo Imperio, portando siempre la bandera liberal. Hablar de Juárez es fundamental para comprender la importancia de valores como la igualdad, la justicia y el respeto a los derechos humanos, 120 años antes de que comenzaran a promoverse en México.
El siglo anterior, la Revolución Francesa fue ejemplo de grandes cambios impulsados por un pueblo harto de los privilegios de la nobleza, el clero y el gobierno; pero Francia había vivido el enciclopedismo y había discutido las ideas liberales de Diderot, Montesquieu, Rousseau y, sobre todo, Voltaire. México, en cambio, estaba sumido en la ignominia de la ignorancia y gracias al grupo de intelectuales que acompañó al indio de San Pablo Guelatao, éste pudo darle a México su preciado legado.
Juárez fue un hombre de carne y hueso. Quienes se empeñan en desacreditarlo por fallas humanas no aprecian el valor de sus actos que sólo pudieron ser por un recio carácter, liderazgo, una clara visión de lo que quería, una gran valentía, conformar un equipo de trabajo inigualable y una firmeza de ideología hasta el momento de su muerte en 1872. ¿Quién otro podría reunir estas virtudes?
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