Contraloría exhorta a la participación ciudadana en el Plan Veracruzano de Desarrollo
Leer másGilberto Nieto Aguilar
La Navidad y el Año Nuevo son momentos mágicos en la vida de un niño, a pesar de que los niños de hoy son bastante precoces. Los abuelos y los padres se deleitan recordando a sus hijos cuando eran pequeños y vivían bajo su protección. Ellos, los padres y los abuelos, rememoran a su vez los días llenos de magia de las navidades que vivieron cuando eran chiquillos, porque la familia siempre encierra recuerdos muy gratos por la seguridad, el cariño, la alegría, el calor, los hermosos días de risas y travesuras infantiles mientras se esperan los regalos junto al árbol.
Pero no todas las historias son recuerdos agradables. Hay historias de niños de la calle que tienen que luchar para sobrevivir; niños abandonados, huérfanos, mal atendidos, víctimas de la violencia intrafamiliar, violados. Como contraste, existen niños de familias adineradas que confunden el cariño con un puñado de monedas o billetes, y los dejan vivir su soledad a la deriva, bajo la ilusión de un poder que quizá no lleguen a disfrutar jamás.
Para algunos adultos las cosas no marchan bien. Todo mundo está expuesto a sufrir problemas de salud, en el trabajo, con la pareja, con los hijos, en el negocio, o vivir diversas circunstancias que llegan a conducir a una fría soledad. Hay quienes vivieron algún suceso triste o traumático en una pasada Navidad y quedó asociado a esa experiencia. Para ellos, sólo habrá una amarga Navidad.
Para quienes viven en la pobreza extrema, sin más ilusiones que disfrutar un café y una tortilla, sin ropas adecuadas para el frío invierno, con un techo que no cubre lo suficiente, sin una mesa para disfrutar una frugal cena de Navidad, quizá los recuerdos tampoco sean placenteros. Muchas ilusiones y posibilidades mueren con la pobreza, que inhibe el desarrollo de la fuerza creadora y hace que muchos cerebros brillantes se reduzcan a nada.
Para quienes han perdido recientemente a un allegado, la magia de la Navidad no les consuela. La ausencia de alguien muy querido, su recuerdo, su cariño, su comprensión, su apoyo, les hace sentir más fuerte el frío navideño y hace incomprensibles las risas y alegrías de los demás. Sólo se les puede desear que encuentren pronto la resignación ante un paso obligado de la vida.
En el amplio mundo, lugar de contrastes, de alegrías y llanto, hay espacio para todo. Que disfruten quienes tienen motivos para hacerlo y que se consuelen quienes sufren una pena o el peso agobiante de algún problema. La vida sigue su marcha inexorable y es nuestro deber vital tratar de resolverla y seguir adelante.
Sin embargo, qué alivio se siente al compartir las penas y las alegrías. Las penas pesan menos y se diluyen suavemente mientras las alegrías se tornan más placenteras. Hay que llenar al espíritu de paz y amor; alimentarlo de una fuerza espiritual que le permita estar bien consigo mismo y con Dios, para sentir amor por la vida, la humanidad y todo lo que existe sobre el planeta.
La espiritualidad se pierde en la noche de los tiempos, desde los años en que no había televisión, ni internet ni redes sociales, y los niños podían disfrutar de juguetes sencillos que alentaban su imaginación. Ahora los juguetes son sofisticados o contienen una guía para armarlos, quizá para dotarlos de habilidades en un futuro más tecnificado.
Hay algo que no ha cambiado en el último medio siglo de transformaciones aceleradas: la naturaleza del ser humano, la esencia intrínseca de la humanidad. No han cambiado los sentimientos, los afectos, las necesidades, las potencialidades dormidas que esperan ser desarrolladas, las experiencias y los aprendizajes que cubren las indefiniciones e indeterminaciones que nos regala la vida al nacer. Que hayan pasado una feliz Navidad.
gnietoa@hotmail.com