De niño a joven

Gilberto Nieto Aguilar
Las escuelas están llenas de incontables relatos donde se revela la voluntad, el esfuerzo, los aprendizajes, el desarrollo y el crecimiento de los menores en proceso de formación. Hay tres factores que delimitan muy claramente su influencia en los primeros años de los menores: los padres, el hogar y los familiares cercanos. Después es la escuela y la interrelación con sus docentes y con sus iguales. Y en todos los momentos, un factor invisible y sin control es el contacto con la realidad en el entorno en que viven y su aproximación, muchas veces profunda, con los medios de comunicación y las redes sociales.
Cuando los menores llegan a la secundaria, inician (a veces desde quinto o sexto grado de primaria) el periodo de la adolescencia y comienzan una de las etapas más importantes de su vida, donde comienzan a pensar quiénes son, qué quieren, qué esperan de la vida, qué les gusta o disgusta de su existencia, cómo es el trato con sus padres, y sienten una irrefrenable curiosidad por conocer y vivir experiencias que en algunos casos los marcarán para siempre.
Los factores genéticos están siempre presentes, recalcando que los seres humanos son inacabados, indeterminados, perfectibles, en constante cambio y evolución, que podrá ser mayor en el sentido y la medida en que los adolescentes desarrollen cierto sentido crítico o gusten de ser pensantes, y no simplemente se dejen llevar por las vivencias imitando a otros. Querrán formar parte de grupos en donde encontrarán muchas influencias positivas y negativas, incluso con compañeros o personas mayores. En esa etapa luchan por comprender su crecimiento físico, su evolución cognitiva, quieren alcanzar su maduración emocional y se angustian por las dificultades de la interacción social.
Para los adolescentes esto representa retos graves, problemas cuando no tienen ejemplos y consejos de personas confiables cerca de ellos (padres, abuelos, tíos, etcétera). Desde su educación inicial hasta incluso el bachillerato, estos factores pesarán sobre ellos, conscientes o no, para moldear lo que será el joven como parte de la sociedad, con responsabilidades, toma constante de decisiones, seguros o inseguros en un probable ambiente laboral, determinados para enfrentar problemas y saber cómo cuidarse de los múltiples peligros que acechan en las calles y las redes sociales, para distinguir las mentiras disfrazadas, la invitación dolosa, bordear los linderos de los actos ilícitos, del consumo de narcóticos y substancias dañinas, de limpiar su mente de pensamientos indeseables.
El ser humano, cuando es pequeño, necesita bastante los cuidados de la tribu. No es como la mayoría de los seres vivos que nacen con una programación genética que les aporta desde su nacimiento el instinto y el sentido para hacer lo que les conviene desde el estado y la forma en que le tocó llegar al mundo: caballo, perro, gallina, lobo, venado, león o cualquier otro ser de la naturaleza. Ellos no tienen que luchar por ser inacabados, indeterminados, perfectibles, en constante cambio y evolución de su naturaleza. Sólo esperan el paso del tiempo, los días, las semanas para madurar físicamente y listos para ser lo que son.
El ser humano, en cambio, necesita años para madurar y poder lentamente allegarse y adaptar su organismo y su mente a las herencias genéticas de sus padres, a sus primeras enseñanzas sobre la vida, las primeras costumbres que se graban en su esencia más profunda, para iniciar el camino comprendiendo que es un ser inacabado, indeterminado, perfectible, en constante cambio y evolución aun con el paso de muchos años. Él tiene que definirse, determinarse, sin prisas, sin ser impulsado por las falsas y apresuradas tendencias de las redes sociales, por las malas, inexpertas o tendenciosas reflexiones de sus iguales. Un niño y una niña necesitan del adulto cercano que los quiera, para ayudarlos en su sano desarrollo.
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