La Comisión de Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación recibió de la UNAM la Cuenta Anual 2024
Leer másEs usual comenzar un nuevo año deseando, entre otras cosas, buena salud. Creo
que es uno de los más importantes deseos que se le puede expresar a un amigo,
un familiar o un conocido. Sin salud, no se puede continuar con la vida normal,
porque la persona se desploma, se inmoviliza, se invalida en el concurso diario de
las actividades que podría estar realizando. Sin ella, el mundo deja de girar y la
persona se sumerge en un torbellino que le hace perder el control de su vida.
La salud es algo que por lo general no se valora hasta que se pierde. Pocas
acciones realizamos para conservarla, cuidarla, mejorarla. Consideramos a la
salud como algo que siempre debe estar allí, como algo que se renueva por sí
sola, sin nuestro esfuerzo ni nuestro cuidado, como una regla natural inalterable y
siempre a nuestro favor. Sin embargo, somos un ser vivo cuyo organismo se
desgasta por las ocupaciones diarias y por el simple transcurrir del tiempo.
Imaginemos un auto nuevo. Nos dará un gran servicio mientras está nuevo y bien
conservado. Pero el vehículo necesita mantenimiento en todo lo que podríamos
equiparar como su “cuerpo”, y un suministro constante de energía para moverse
por los lugares que necesitemos. Supongamos que no lo llevamos al taller para el
mantenimiento. Comienzan a aflojarse los frenos; en la caja torácica, el bloque del
motor se sedimenta, los cilindros se erosionan, las bielas y el cigüeñal se
desgastan; la batería ya no almacena la energía eléctrica, y los amortiguadores, el
clutch, la marcha, las luces también se deterioran, sin pensar que alguien pueda
golpearlo, o sufrir una colisión.
Nuestro organismo, mucho más fino, es una maravilla natural. Tiene la facultad
increíble de auto repararse, cosa que nuestro vehículo no. Pero esa facultad está
condicionada por diversos factores como la herencia, el medio ambiente, el
trabajo, los hábitos y formas de ser de las personas. Los hábitos son muy
importantes porque incluyen la alimentación, la limpieza e higiene, el sueño y el
descanso, la manera de reaccionar a los estímulos externos, sin olvidar los
chequeos médicos periódicos.
La manera de reaccionar a los estímulos externos; cómo sentimos, percibimos,
interpretamos la vida; qué pensamos de nosotros, cómo nos vemos, la manera
positiva o negativa con la que comprendemos las cosas que suceden a diario.
Cuando la salud falta, el enfermo y los familiares cercanos trastocan sus vidas y
actividades cotidianas. Se afectan la economía y las responsabilidades laborales,
apremiando una paradoja donde si no trabajo no genero ingresos; si no tengo
dinero ¿cómo me curo? Los Centros de Salud, el IMSS y el ISSSTE son grandes
apoyos para los derechohabientes, pero la población subempleada no cuenta con
esta bendición.
Hay programas de ayuda a pacientes de escasos recursos, pero no cierran el
círculo enfermo-atención-costos-trabajo-seguridad. Por ello, la salud es un tesoro
muy apreciado que muchos parecen no valorar, pero cuyas dimensiones se
agigantan cuando llega a faltar. Perder la salud puede cambiar el rumbo de una
vida, volverla una carga pesada, un desgaste físico y económico, una historia sin
fin y sin remedio.
La OMS la define de una manera muy breve con las siguientes palabras: «la salud
es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la
ausencia de afecciones o enfermedades». Entonces podemos ampliar su
definición y considerar como elementos de una buena salud la posibilidad de
desarrollo humano, el disfrute de la vida, el crecimiento moral e intelectual, la
calidad e intensidad de vida, gozar lo que se hace y deleitarse de la convivencia
con los demás.
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