Sindicato Democrático de Empleados y Trabajadores del INVIVIENDA, representa una verdadera opción en la defensa de los derechos laborales y seguridad social.
Leer másEl mito de la modernidad y la creación de mejores condiciones de vida para la humanidad, así como la formación de un ser humano más libre, despierto y consciente, se erige sobre bases que no han aportado lo esperado. Cuando Galileo, Kepler, Descartes, Bacon y otros científicos aceptaron su incertidumbre ante los fenómenos de la naturaleza, «se inició la ciencia moderna, y rápidamente se descubrió que muchas de nuestras creencias carecen de sentido y que nuestras intuiciones son, a menudo, erróneas» (N. Chomsky, “¿Qué clase de criaturas somos?”, Ariel, 2017).
En el debate sobre modernidad y posmodernidad, se vislumbra que ésta última es más bien una crítica a los ideales y axiomas que se alentaron desde la modernidad, pues ha quedado visto que ni con todo el supuesto progreso y avance de la ciencia y la tecnología, ha mejorado la calidad de ser un humano que sigue necesitando mucho más de aquello que no se enfoca sobre cómo despertar el potencial que encierra en su interior.
Del siglo XV al XVII se perfiló el proyecto de un nuevo mundo basado en los principios de libertad, igualdad y justicia. Se doblegaron los cimientos de los antiguos regímenes para reconstruir la vida social, política y económica aprovechando las posibilidades que ofrecía la industrialización, el desarrollo de los medios masivos de comunicación, el surgimiento de la clase obrera y empresarial, la burocratización, la secularización, el capitalismo y la producción en masa (R. Pedroza F. y G. Villalobos, UAM Toluca, 2006).
La idea de la modernidad con mayores adeptos quizá surge con la Ilustración, «en donde Dios fue sustituido por la naturaleza y se planteó el progreso a través de la ciencia» (Ibid). Surgen los Estado-nación con un amplio entramado de normas que pretenden justificar el uso legítimo de la violencia sobre los gobernados para mantener el orden y administrar la justicia. La cultura queda bajo el control del Estado.
Presupone todo este planteamiento del progreso un desarrollo armónico de la humanidad; sin embargo, sólo trajo sobresalto, conflicto, incertidumbre y estrés. Surgen las ideologías con sus enconadas y doctrinarias luchas. Otro fenómeno que fue creciendo es la globalización, a la que Zygmunt Bauman (2001) señala como una condición en que todos dependemos unos de otros. Lo que sucede, hacemos o dejamos de hacer en un lugar, puede tener consecuencias en otro; y no se le puede dar marcha atrás. Lo social y emocional parece menos estables.
Por efectos de la economía, surge un hombre nuevo: el homo consumens (Erich Fromm, 1965) que vive bajo la ilusión de la felicidad mientras inconscientemente sufre de aburrimiento y pasividad. Cuanto más poder tiene sobre las máquinas, más impotente se convierte como ser humano; cuanto más consume, más se convierte en esclavo de necesidades cada vez mayores. Consumir de manera compulsiva es un medio para sublimar las frustraciones (C. Ballesteros, El País, 2014).
Esta civilización en desarrollo y cambios rápidos, rodeado de prisas e incertidumbres, debilita las posibilidades de equilibrio, armonía y creación social; hay pérdida de los afectos y se extravía la construcción de un mundo propio. Las herramientas que se ofrecen para enfrentar la vida han sido apresadas por grupos especializados que las convirtieron en simples técnicas, muy sencillas de uso para que cualquiera las pueda utilizar aunque no tenga la mínima idea de las bases científicas que las hacen posible. Lo mediático ofrece una sobreabundacia de estímulos externos y una sobreexitación a los impulsos. El hombre no sólo se descubre como viviendo en el tiempo, pendiente del futuro, sino que ha olvidado la tarea de su propia realización.
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