Del 23 al 25 de mayo, primer Encuentro Cultural Yolpaki, en el puerto de Veracruz
Leer másA México le hace falta adquirir una cultura de la legalidad, construida en todas las
clases sociales con el objetivo de que se respete la ley, la democracia, la dignidad
humana, y verdaderamente se gobierne «cumpliendo y haciendo cumplir» lo que
estipula la Constitución General de la República y todas las leyes y normas
secundarias que de ella emanan. Las leyes son para que las acaten todos los
órganos de gobierno y el pueblo las cumpla so pena de ser sujeto de las
instancias coercitivas, también conforme la ley, fundado y motivado.
El mandato para el gobierno es «cumplir y hacer cumplir la ley». Para la sociedad,
crear un ambiente de convicciones, valores, normas y sobre todo acciones, para
promover en la población la idea de que el Estado de Derecho se defiende por la
ciudadanía y que no se tolera la ilegalidad y la impunidad. Lo ideal es que así sea
en todo momento, para que el ejemplo pase a ser un hábito y una cultura de vida
para las nuevas generaciones.
Que no se recurra al derecho sólo cuando alguien resulte afectado en lo que
considera “su derecho” y entonces grite que quiere justicia porque él es el
afectado. Seguramente cuando le está yendo bien, los demás no le importan. Y
así no se construye colectivamente una cultura de la legalidad ni un Estado de
Derecho. No es con ansiedad, reacciones extremas sólo cuando resulta afectado,
picos emocionales que luego se desintegran con el continuo ir y venir de la vida
sin dejar una huella que haga camino.
El Estado de Derecho y la cultura de la legalidad son ambientes que constituyen
un mecanismo de autorregulación personal dentro de una regulación de carácter
social, que están activos en todo momento. Es clara la tendencia para alcanzar
cierto grado de armonía entre la ciudadanía, respeto por los derechos humanos de
todos hasta alcanzar una concepción intrínseca de que la ley se cumple porque a
todos conviene que exista una certeza jurídica que nos proteja y nos iguale.
Esta vasta cultura no llega por casualidad. Hace más de quinientos años Europa
luchaba por crearla con el esfuerzo y participación de la sociedad, que aspiraba a
vivir mejor. Los ciudadanos exigieron a los gobiernos mejores desempeños y a los
parlamentos mejores leyes, congruentes con sus aspiraciones. Esta cultura se fue
formando con los años, con el tesón sincero de una necesidad sentida. No cayó
del cielo, ni fue obra de un iluminado. Fue un producto social.
Una cultura con la confianza compartida de que cada ciudadano, cada persona,
tiene la obligación moral y la responsabilidad de ayudar a construir, mantener y
mejorar el ambiente social y las relaciones entre grupos, instituciones e individuos
para conservar vigente el Estado de Derecho. Un caso contrario es el ejemplo de
El Rey Sol (Luis XIV) quien murió en 1715 y dejó una deplorable impresión para la
historia del absolutismo y la autocracia al suponerse un ser infalible porque su
poder se lo había concedido Dios. A él se le atribuye la expresión «l’État c’est
moi», es decir, «El Estado soy yo», con todo el horror que esto significa y la
consternación de que un pueblo lo consienta.
Se presume que este tipo de abominaciones no deben repetirse en la historia de
los pueblos y las naciones. El hombre, la mujer y el ciudadano en general, deben
estar conscientes que no deben permitirlo. Las sociedades humanas deben
evolucionar siempre buscando superar sus errores para alcanzar mejores
condiciones de vida, en un orden superior en las instituciones que los rigen y en la
convivencia con los demás seres humanos.
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